Canal Street

Recuerdo del verano no. 17
Para la comunidad gay Canal Street, en Mánchester, es el barrio más representativo de Europa así como Christiania, en Copenhague, es para los hippies. En principio era sólo una calle de una zona industrial en penumbra junto a un canal que favorecía encuentros furtivos y cacerías nocturnas sin compromisos, un atajo entre la avenida Oxford y la estación de trenes Piccadilly. Los bares que allí se encontraban comenzaron a ser frecuentados por trasnochados que huían del acoso de las luces de la ciudad. A partir de los años sesenta, el sitio fue atrayendo a gays y lesbianas hasta que a partir de los noventa, en apenas un par de décadas, la calle del canal se llenó de luces neón y guirnaldas. Actualmente el barrio ocupa varias manzanas con decenas de discotecas, restaurantes, bares, aires libres, saunas y hoteles. Su mayor atracción sigue siendo como punto de encuentros.
Canal Street, sin lugar a dudas, se ha convertido en el centro turístico más popular de la ciudad. Aquí llegan gentes de todas partes en busca de glamur, espectáculos de travestis y vida underground.
La serie británica de televisión ‘Queer as Folk’ fue ambientada en la zona.
El colectivo de suecos y yo nos hicimos vecinos del barrio; tanto de día como de noche se pasaba bien, y digo “se pasaba” con doble intención pues solíamos atravesar la calle del canal tanto para ir o regresar del hotel.
En una de esas pasadas aconteció lo más significativo de mi viaje a Mánchester.
Las pasaditas por el barrio no eran solamente pasar y ya; incluían una cerveza, o dos, en alguno de los bares siempre diferentes para poder visitarlos todos. Aquél día tocó bajar al Company Bar, un local ambientado en el sótano de un edificio antiguo. Música estridente, gente por todos lados y muchas ganas de pasarlo bien. Nos vimos, nos acercamos y comenzamos el toreo. Era un tío guapo, con barbas sin rasurar y músculos entrenados. Bailamos y mientras más nos acercábamos sentí su mano que palpaba mi entrepierna. ¡Aquí, no! –pensé alarmado. Había tanta gente alrededor que estaba también en lo suyo que reconsideré el pensamiento: Aquí sí –y ataqué con la mía, pero mi mano no llegó a feliz puerto porque el tío de barbas sin rasurar y músculos entrenados me apartó. ¡Ajá, aquí no!
Me dijo algo en inglés a modo de disculpa, yo traté de insistir pues a fin de cuentas soy testarudo, además, él había empezado primero el toca toca. “¿Qué, tienes miedo que me sorprenda lo que pueda encontrar?” Se lo dije en broma, en muy mal inglés, por cierto, pensando más bien en el tamañito de su virilidad. El tío acercó a uno de mis compañeros suecos para que me tradujera lo que pensaba decirme. “Lo que no te vas a encontrar”.
Su respuesta me desconcertó. ¿Qué estaba tratando de insinuar, o dejar claro? ¡Qué debajo de aquellos pantalones de cuero no había na’ de na’! Pues sí. Del morbo pasé a la curiosidad. Más que nunca quería palpar y comprobar, bajo el riesgo de desilusión, lo que el tío acababa de confesar. A su pesar dejó colar mi mano en sus pantalones. Como me lo había advertido, no tropecé con nada a qué aferrarme. La mano se deslizó sin obstáculo hasta el final. El tío de barbas sin rasurar y músculos entrenados resultó ser una mujer transexual que todavía no se había implantado el pene. Hubiera sido lógico pensar que estaba frente a una lesbiana, pero no, a él/ella siempre le había interesado los hombres y se asumía como tal. Lo que sucedió después no pienso contarlo pues lo que quiero destacar es el complejo fenómeno de la identidad sexual y de género que, al cabo de los años, todavía me deja perplejo. No seré yo quien tenga la última palabra, así que si se animan expresen libremente sus comentarios.

Comentarios

Jorge ha dicho que…
Una experiencia estraordinaria.
Anónimo ha dicho que…
Hi, deliciosa tu crónica de Canal Street y tu encuentro con la she-male, como para escribir un cuento, vaya.
Yoss

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