Amigos de Facebook


Los cuatro acordaron la cita por internet. Les había emocionado el reencuentro.

La mujer bebe un sorbo de café con sacarina mientras observa a sus antiguos colegas. “Otra vez he caído en su juego. Lo que quieren es presumir de conquistadores, someterme como sexo débil. Yo soy el pez que debe morder la carnada”.

El hombre vestido de negro, y de negra tez, ha pedido un café cortado. “Nunca me verán como parte de su equipo, aunque haga lo imposible por conseguirlo. No soy de su raza, para ellos soy un entrometido extranjero”.

El segundo hombre, excedido en grasas y sudores, se arrellena en la butaca sin tocar la taza de café. “¿Hasta cuándo me compadecerán por no encontrar trabajo? Ellos tienen talento y éxito, por eso me invitan, para echármelo en cara”.
El más alto de todos está sentado en su sillón de ruedas. Sonríe. Se esfuerza por sonreír porque así, al menos, demuestra que su invalidez no es un impedimento. “¡Ah, cómo me gustaría ser cualquiera de ellos!”

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