Cuba. Policías vs Gays

Acción: Parque Forestal de Ciudad de la Habana. Jardines del Hospital Clínico Quirúrgico. Noche de sábado-madrugada de domingo.

¡La perseguidora, el auto patrulla, la fiana! Nadie sabe en qué momento parqueó tan silenciosa en el estacionamiento del hospital. Mientras un policía esperaba afuera para impedir la salida, el otro se metió en el bosque. Sin gorra ni placa, prieto y gordo, se enmascaró en la oscuridad. Pidió el carné de identidad a todo el que encontró al tiempo que preguntaba qué hacíamos allí dentro. «Yo... traía un recado a...» «Cruzaba para acortar el camino». «Pasaba de casualidad y...» «¿Y tú?» Me avergoncé. «¿Tú qué estabas haciendo?» «¡Cagando!» «Espérame allá fuera». Capturó a seis. Los otros lograron escapar o esconderse monte adentro. Uno de los comprometidos se negó a entregar el carné porque estaba en la billetera junto con otras tarjetas. «Dame la billetera». «No». «Dámela». Policía intenta sacarla del bolsillo. Hombre se defiende, empuja al guardia. Policía temerario golpea el rostro del tipo. Bofetones, patadas. El segundo policía acude para neutralizar entre los dos al rebelde que es esposado. «¡Camina, ahora!»


Entrada al parque Forestal desde la avenida de Rancho Boyeros.

Estamos reunidos. Por el boqui-toque llaman a la Central para verificar nuestros nombres y comprobar si tenemos antecedentes penales. Al parecer estamos limpios pero no nos devuelven los carnés. Quedamos a la espera. El hombre esposado está dentro del auto, está ebrio. Solicitan una patrulla extra.

Sendero del Parque Forestal de la Habana.

Pasa media hora. Todos callamos. Los mosquitos atacan sin misericordia. El frío, el sereno. Otra llamada de solicitud de auto para el traslado. Al parecer nos vamos todos. Policía discute con el telefonista. «Aquí me pueden matar». Media hora más de espera. El esposado pide que le abran la puerta para ventilarse, se ahoga de calor dentro del auto. Nosotros nos aterimos de frío. Voz de policía encabronado. «Ábrele la puerta a ese pa’ que también se lo coman los mosquitos».
Quince minutos más y deciden trasladarnos por su cuenta. Los seis detenidos somos obligados a penetrar en el lada después que nos hacen un cacheo. Cuatro de los arrestados tendrán que acomodarse en el asiento posterior. «Ahí no quepo, ¿cómo me pongo? ¿Uno encima del otro?» «Tú, échate pa’lante, así, dale. El próximo, sí tú, pa’ dentro». Los otros dos detenidos se apachurran en el asiento delantero del copiloto. El poli gordo y negro se sienta al volante. No queda sitio para el segundo policía, así que se introduce en el maletero del auto. Con una mano se afierra a cualquier cosa y con la otra sujeta la puerta del maletero para que no se cierre. Ocho almas (seis delincuentes y dos policías) dentro de un auto concebido para máximo cinco personas. Primera, segunda, sirena, aceleración. El lada recorre a toda velocidad las calles desiertas de la ciudad evitando aquí y allá los hoyos y grietas del pavimento. El maletero se abre y se cierra; de adentro puede saltar alguien. Cruzamos semáforos en rojo. ¿Perseguimos a alguien o nos persiguen? Cierro los ojos. Viajo entre las piernas del tipo que está esposado y borracho. Nadie abre la boca. Rezamos para que llegar salvos a algún sitio.

Estación de policía de Infanta y Manglar.

¿Una hora, dos horas? Primero murmuramos frases cortas, de consuelo. Después nos vamos soltando. Reparto chicles. Mascamos, esperamos. Hay tiempo para conocernos, perder la vergüenza, asumir la situación. Nos contemplamos a luz de las lámparas eléctricas. Nos vemos tal cual somos. El más joven tiene veintisiete años, el mayor cincuenta y cuatro. El más guapo viste con ropa de marcas, las cejas arregladas a la moda, los pantalones a la altura de la pelvis dejan ver el elástico del calzoncillo Calvin Klein; no sé si es jinetero, lo cierto es que tiene experiencia en estas lides y nos advierte. «No firmen ninguna acta de advertencia; esto cuando más es una multa de sesenta pesos». Uno a uno nos van llamando para que firmemos el Conduce (la razón por la que hemos sido traídos a la estación). Allí se especifica que nos encontrábamos en un lugar proclive a delitos de prostitución y criminalidad. «¿Prostitución? Allí el sexo es gratis como el deporte». Llega mi turno, dudo en firmar. Me fijo en las faltas ortográficas y la caligrafía, la planilla parece escrita por un estudiante de escuela primaria. También aparece un nombre de la generación Y: Yusbel Edith, el policía que nos trajo en la patrulla a riesgo de que perdiéramos la vida, todos. Lo escribo en la palma de mi mano para no olvidarlo. «¿Qué escribes?» «Su nombre». «¡Dame el lápiz y vete pa’ llá, tú vas a ver, te voy a meter en la computadora!» Supongo que no lo hará literalmente sino que seré incluido en la lista de la gente peligrosa. De cualquier modo sé que mi ficha está ahí desde hace tiempo. En voz alta transmite por teléfono nuestros nombres, edades, número de carnés, direcciones, el nombre de nuestros padres. Nos miramos con vergüenza, descubiertos. Hemos sido cacheados, chequeados y nuestros datos personales voceados para todo el que tenga oídos. Alguien tiembla, otro mira el piso, otro el techo, yo... no pienso.

Edel*, el que parece jinetero, el más cojonudo, sigue fortaleciéndonos con pequeñas instrucciones «Si hay multa o acta siempre podremos hacer una Reclamación en la propia unidad o a una instancia superior». Pasa otra hora.

Hacen entrada a la estación tres adolescentes entre 14 y 15 años acompañados de un oficial. Los sigue una señora que los acusa de haber violentado el llavín de la puerta de su casa. ¿Qué hacen estos muchachos a las 2 de la madrugada en la calle? Fuman. La mujer quiere que se les aplique la ley de menores. Los chiquillos se defienden con rebeldía, actúan con bravuconería como si no tuvieran nada que perder. Dicen que son inocentes. Todos somos inocentes. Esperamos. Los policías que nos trajeron ya se han ido. Un oficial se apiada de aquél que está esposado y lo libera. Aprovecha para preguntarle al oficial de guardia cuándo procesarán nuestros casos. Al cabo de un cuarto de hora vuelven a vocear nuestros nombres: Dagoberto, Edel, Gilberto, Ramiro, Felipe, Miguel. Nos entregan los carnés. Edel, quien tal parece el líder del grupo fue el primero en recoger el suyo. Al pasar por nuestro lado nos dice en voz baja que nos esperará afuera.

Hemos salido todos. Edel ha estado esperándonos en la acera de enfrente. «¿Qué hacemos ahora? Esto hay que celebrarlo con una botella de ron». Caminamos unidos hasta la esquina de Manglar. Allí hay un cafetín abierto. Compro un litro de ron Habana Club Añejo Blanco. El negro Gilberto no se queda con nosotros porque viven en la Lisa y ya es muy tarde. Los otros cinco seguimos avanzando por Infanta, hay propuestas de ir hacia el Vedado, calle G, calle Línea, Malecón. Parece muy lejos andar tanto, doblamos en Carlos Tercero y enfilamos hacia Zapata, por allí deberá haber algún sitio donde sentarnos. Nos vamos pasando la botella de mano en mano, con sed, estamos contentos y queremos olvidar. Ramiro, el que había sido esposado se ve más apuesto que antes, su indefensión la ha transformado en gallardía. Ya no está borracho pero por la forma en que se empina de la botella muy pronto volverá a estarlo. Asegura conocerme de no sé qué lugar. Yo no recuerdo, trato de hacer memoria. Él me dice que no importa y, sin yo esperarlo, abraza mi cintura.

Llegamos al parque de la Polivalente frente a la estación terminal de Ómnibus. El alcohol nos ha puesto enérgicos, entonamos canciones a coro, nos desgalillamos. Abrazados inventamos un beso colectivo orgiástico. Más ron, disfrutamos la libertad con ganas. Tras los arbustos nos hemos escondido Ramiro y yo con el pretexto de echar una meada. Dagoberto, el más joven, se acerca tímido y curioso. También Felipe, el mayor y más atrevido para preguntar qué estamos haciendo. Sin preguntar se incorpora a lo que habíamos comenzado en el parque forestal. La parada de la guagua está muy cerca. Alguien nos puede ver, esto sí es escándalo público. Mejor regresamos al banco. Edel trata de seguir siendo la voz del grupo pero ha tomado tanto alcohol que ya no se sostiene, se ríe por cualquier cosa y promete otras, que tenemos que reencontrarnos, tenemos que organizar una fiesta en grande. Yo propongo una comida. La planificamos, ¿en dónde? Amanece. Creo que he bebido suficiente, debo regresar a casa de mis padres. Es difícil despedirse, mis camaradas no quieren que me marche. «Vamos por otra botella». Edel nos invita a su casa. Les digo adiós, por el momento. Somos amigos y amantes, no de toda una vida, vale, pero sí de una larga noche.

* Los nombres han sido cambiados.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
HOLA MI AMIGO, ME PARECE MUY BUENO LO QUE ME HAS HECHO LLEGAR
LE DAS MUY BIEN A LA ESCRITURA. POR ACA BIEN PERO CON BASTANTE TRABAJO,
YA TE CONTARE.
FELIX
jybarra ha dicho que…
Me ha encantado, tantos recuerdos tenebrosos. Quién no ha pasado por algo semejante no lo puede entender.
Jorge
Anónimo ha dicho que…
ups.. la mejor idea fue partir para ir a comer!.. ya tocaba =0p


saludos!!
paquitoeldecuba ha dicho que…
Amigo, veo que te me adelantaste con un tipo de historia que también tenía prevista para mi blog. Veo que tratas el tema frecuentemente, así que te enlazo allá enseguida.
Sabes, el problema con los policías se resuelve, por lo que sé, con una fórmula que no falla: tú les dices la verdad, que estás ahí con tu pareja o esperándola, que te gustan los hombres y no tienes casa. Eso los desarma, lo usual es que te dejen ir sin mayores contratiempos. Porque es cierto que hay personas que aprovechan esos sitios para asaltar a los gay, e incluso ha habido asesinatos. Pero muy bien contada tu historia. Tendré que esforzarme cuando haga la mía.
Abrazos desde La Habana, Cuba
Miguel Ángel Fraga ha dicho que…
Sonia, gracias por tu comentario aunque... no entiendo la relación con la comida, a mi no me dio hambre sino incomodo.
Miguel Ángel Fraga ha dicho que…
Paquito, me satisface que te haya gustado mi crónica. A mí también me gusta lo que tú escribes, te he descubierto hace poco y me parece que tu trabajo informativo es bueno y necesario. De hecho, te he añadido a mi bloguiteca para estar actualizado sobre lo que escribes. Un abrazo.
Silvita ha dicho que…
Y con lo tranquilitos que estaban ustedes en los jardines perfumados del Clínico Quirúrgico! Si los cabrones "Cerebro de Tivol" (Vease tema de Los Aldeanos) no los hubieran interrumpido, esta historia no existiera, la noche hubiera sido serena, luminaria de estrellas y una vía láctea más.
PERO!
Qué manera de infrigir la ley estos muchachones de azul!!!
Me gustó mucho lo bien que terminó la noche, me alegro por todos ustedes que la pasaron tan rico, mientras ellos se quedaban amargados en la estación, tratando de meter gente en la computadora, vaya amenaza! "Poltate bien, o vas de cabeza pal PC"
Me gusta mucho como cuentas tus aventuras, Migue!
Qué pena de país que gasta tanta energía en abusar de sus ciudadanos y en crear problemas
, en vez de resolver los muchos que tiene!
Cuando quieras ven por la islita con tus amigos, que aquí hay unos buskar de lo más acogedores!
Besitos!
Anónimo ha dicho que…
Me ha gustado mucho esta aventura de los habaneros que son como el rayo que no cesa. Besos. Alberto Lauro

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