El resultado de sí mismo
“Uno tal vez no puede vivir en un sueño pero puede sobrevivir con la ayuda del sueño.”
Zarah Leander
Con independencia
del lugar donde nacemos y el ambiente en que crecemos, cada ser vivo, al
alcanzar la mayoría de edad, es responsable de sus actos y su destino. Nada
está predestinado. Uno es quien se predestina a sí mismo por lo que le han
enseñado o inculcado, ha visto y ha experimentado. Todos tenemos la capacidad
de encontrar soluciones, de buscar ayuda y conseguir nuestros propósitos.
Algunos no lo consiguen porque:
No saben que
existen otras oportunidades. No son conscientes de su talento y capacidad de
emprender algo con éxito. Consideran que la riqueza está muy lejos de su
alcance, que es algo destinado sólo a los ricos. Han sido convencidos de que ser
pobre es una maldición, un karma, una forma de vivir que deben aceptar y
sobrellevar durante toda su vida. Piensan y viven como pobres.
Son
indolentes, porque les da pereza esforzarse o no tienen mayores aspiraciones.
Simplemente se conforman y se resignan a vivir de esa manera.
Han estudiado
tantas filosofías, metafísicas y ciencias ocultas que se han complicado con
disertaciones intelectuales, divagan sobre esto o lo otro. Hacen uso
indiscriminado de la crítica en vez de hallar soluciones o encontrar el camino
que los conduzca a su objetivo.
Les da miedo
superarse a sí mismo, emprender algo que no saben si los conducirá al éxito.
Dudan, son escépticos, ven tantos factores actuando en su contra que se
desaniman con facilidad. Se dejan convencer por aquellos que les dicen que sus
proyectos o sueños son imposibles de realizar en el medio donde se encuentran.
Tienen temor
de cambiar de ambiente, de ciudad, de país. Porque no quieren arriesgarse a
perder lo que han alcanzado. Tienen temor de enfrentarse a sus dirigentes, a la
autoridad de su familia (padres, esposos, hijos). Tienen miedo del "qué
dirán", ser juzgados por los amigos, vecinos y compañeros de escuela o
trabajo. Están coaccionados por su religión, ideología o cultura. Temen
infringir las normativas sociales y morales de su comunidad.
Muchas personas
-según el criterio general- se hacen ricos acumulando riquezas, sometiendo a
otros, sacando ventajas con negocios engañosos, violando las leyes y
corrompiendo a los políticos. Esta aseveración es cierta. Esas personas han
alcanzado la riqueza por el medio competitivo. La riqueza que alcanzan es sólo
material. Ellos mismos son destruidos por sus propios deseos de avaricia y
poder. No alcanzan la paz interior porque no pueden disfrutar y mantener al
mismo tiempo todo lo que tienen. Por eso es que hay tantas guerras y
contiendas. Para mantener su poder implantan el terror y la coacción. Como
consecuencia, su propio poder no los deja dormir y para ello inventan
sofisticados armamentos y dispositivos de seguridad. Aunque tienen poder y riqueza
material, son pobres espiritualmente. Ellos, al no compartir su riqueza, al
ocultar sus conocimientos científicos, han retrasado la evolución del hombre.
El destino de ellos siempre ha sido la ruina de sus imperios por la misma
fuerza que los creó. Aunque algunos no hayan sido ajusticiados en vida y hayan
muerto noblemente en su cama rodeado de sus riquezas, los ideales y los
gobiernos que lo auparon no trascienden, se debilitan. Es por eso que afirmo
que son destruidos, no permanecen porque no son el modelo a seguir.
La riqueza se
alcanza cuando el individuo logre vivir en armonía con la mente, el cuerpo y el
espíritu. Al alcanzar este estado de gozo, la riqueza material queda al nivel
de las exigencias de la mente y el espíritu. No es más rico el que tiene más
propiedades, sino aquél que es capaz de compartir lo que tiene porque su fuente
es inagotable. Es más rico aquél que sea capaz de dormir con las puertas y las
ventanas abiertas, sin miedo al saqueo de los ladrones. Es más rico aquél que
tiene regocijo en el alma, aquél que está satisfecho con su trabajo, aquél va a
la cama con el rostro feliz después de haber realizado una obra buena para sí y
para los demás. La verdadera riqueza es interior. Todo lo demás es vanidad.
Para alcanzar el
objetivo uno debe actuar con todo el corazón,
la mente y el espíritu. Con el mismo amor y pasión que una madre cuida,
alimenta y educa a su hijo, con el propósito de convertirlo en una persona de
bien, así debemos actuar para uno mismo. Sin importar los obstáculos, una madre
busca soluciones para sanar a su hijo. En caso de emergencia es capaz de
convertirse en enfermera y médico si fuera necesario. No piensa en su pobre
economía ni sus limitaciones. Una madre es un ser todopoderoso cuando se trata
de defender su descendencia. Con este razonamiento, si actuáramos con
determinación para conseguir nuestros propósitos lograríamos más de lo que
tenemos. Los sueños y aspiraciones casi siempre se postergan por la rutina
diaria. La rutina y la mediocridad es el cerco que nos impide avanzar y
alcanzar nuestro objetivo. La mayoría de las personas no consiguen realizar sus
propósitos porque no han puesto la suficiente determinación para realizarlos.
Los sueños de la juventud desaparecen porque priorizan las nuevas
contingencias. Sus aspiraciones pasan a un segundo lugar y las mantienen, en
algunos casos, con la esperanza de que alguna vez surjan las condiciones
propicias para realizarlas –cosas que pocas veces ocurren. Sólo pocos consiguen
lo que se proponen porque lo arriesgan todo para conseguirlo.
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