Las Parábolas encontraron su título

 


Ellas nacieron en el seno del taller La Montaña Mágica, como un divertimento de ocasión. Eran cuentos breves que invitaban a una reflexión sobre ciertas actitudes y comportamientos humanos. Me inspiraba con facilidad. Para muchos sucesos que presencié, como aquél que compone canciones, yo escribí parábolas.

¿Cómo nombrarlas? Las reuní en un cuaderno que llamé “Parábolas para un ojo ciego”. Pensaba que, por la manera que estaban escritos los cuentos, no todos serían capaz de leer entre líneas. A la mayoría del grupo del taller les pareció bien, excepto a uno que con picardía preguntó si eso del “ojo ciego” se refería al orificio terminal del intestino grueso. Parábolas para el… La maliciosa asociación provocó risas y bromas. “Parábolas para un ojo ciego” no era un buen título. Probé entonces con “Parábolas para la oreja sorda”. Pero tampoco me cuadraba; sí, alguien que oye pero no obedece consejos, no está mal pero… Pensé, busqué... finalmente se quedaron como Parábolas, así no más. Y como las consideraba cuentos menores las dejé invernar durante muchos años hasta que comencé a escribir relatos que de alguna manera me hicieron regresar a aquellas historietas que con sencillez escribí una vez.

Tormenta de Felicidad y otras parábolas. Así he nombrado el compendio que ya tiene formato de libro.


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