Sabor Bolero (novela, fragmento)

Autor: Miguel Ángel Fraga
– Es muy bonito tu apartamento –comentó Ludivina con un poco de envidia pues ni el suyo estaba tan organizado y limpio.
– El café lo tengo listo en un dos por tres –fue la respuesta de Nilo que se apuraba por atender a la vecina–. ¿Lo has probado alguna vez con ron? ¡Es exquisito!
– No, pero me gustaría probarlo. Un poquitico na’ ma’; no quiero emborracharme.
Nilo se acercó trayendo la bandeja con las tazas, la cafetera y una botella de ron Mulata.
– Sírvete tú misma.
– Tú me quieres impresionar, ¿verdad? –no se pudo aguantar Ludivina al ver la vajilla.
– Para la mujer más bella de la Habana, se requiere lo mejor.
– ¡Adulador! Si tengo que bajar de peso, estoy gordísima.
– ¡Gorda! ¿Quién te dijo eso? Estás perfecta, ni más ni menos.
– ¿Estás seguro, Nilo? ¿En serio, no mientes?
– ¿Por qué voy a mentir? – Y para reafirmar la belleza de Ludivina entonó una vieja canción–: “Mira que eres linda / qué preciosa eres… /…con esos ojazos / que parecen soles / con esa mirada, siempre enamorada / conque miras tú”.
A Ludivina le vino el alma al cuerpo con esta declaración de Nilo. Qué sabía el sueco de mujeres, si a ese sólo le interesaban las mujeres ortopédicas, como decía Panconjamón cuando se refería a los travestís y transexuales. Nilo sí era un hombre y sabía apreciar a la mujer cubana.
– Te quedó muy sabroso el café.
– “Jazmines en el pelo y rosas en la cara / airosa caminaba, la flor de la canela…”
– Tienes buena voz, podrías ser cantante.
Nilo estaba de muy buen humor. Había perdido la timidez y se mostraba dispuesto a cortejarla. La tenía fascinada.
– “¡Oh, vida!, si supieras / cuánto lo he presentido…”
– Supongo que también sabes cocinar. En esta casa no falta nada, sólo una mujer.
– “Usted es la culpable / de todas mis angustias / de todos mis quebrantos…”
– ¿El librero, también lo hiciste tú?
– “Todo, lo que tengo en la vida / mi pasión escondida / mi razón de vivir. / Todo, te lo diera contento / si tu pensamiento no apartaras de mi…”
– Lo tuyo es puro teatro, jabao. Deja eso.
– “Qué sabes tú, lo que es estar enamorado / Qué sabes tú, lo que es vivir ilusionado…”
– Yo creo que el café con ron te ha transformado. No conocía tu faceta de cantante. Además, esos boleros dicen muchas cosas. ¿A quién quieres conquistar?
– “Estoy perdido y no sé que camino / me trajo hasta aquí. / Estoy perdido y en mi delirio / me acuerdo de ti…”
– Me voy a tener que ir, es un poco tarde y tengo al perro allá afuera. ¿Qué hora es?
– “Reloj no marques las horas / porque voy a enloquecer…”
Ludivina bebió los últimos restos de su taza y se paró.
– “Quédate, sentada donde estás / hasta el final de la canción / como si nada…”
Se acercó a la puerta risueña y desde allí se atrevió a decir:
– Para que veas que yo también sé cantar. Escucha esto: “Qué pena me da / tener que lastimarte el corazón. / Qué pena me da / negarme a tus súplicas de amor…”
– “La puerta se cerró detrás de ti / y así detrás de ti se fue mi amor / Dejaste abandonada la pasión que había en mi corazón por ti…”
– “Aléjate no vuelvas a buscarme. / Aléjate mi vida te lo imploro. / Ya mis lágrimas comienzan a cegarme…”
– “No quieres saber de mí / amor, amor qué malo eres. / Quién iba a imaginar que una mentira / tuviera cabida en un madrigal…”
– “No me platiques más / lo que debió pasar / antes de conocernos / sé que has vivido / con otra gente / lejos de mi cariño…”
– “No renunciaré a tu amor / aunque me cueste la vida. / No renunciaré te digo / y te pido que me ayudes…”
– “Palabras / quisiste con palabras engañarme…”
– “Duele, mucho, duele / sentirse tan solo…”
– “Sigue feliz, tu camino / y que te vaya bien”.
Ludivina intentó abrir la puerta.
– “Ódiame por piedad, yo te lo pido / ódiame sin medida ni clemencia / hoy no quiero más que indeferencia / porque el rencor hiere menos que el olvido…”
– “Deja que siga, sola / como tú al fin me hallaste…”
– Tú también entonas muy bien, y tienes respuesta para todo.
– Los boleros son mi debilidad. Me encanta cuando los escucho desde tu tocadiscos. Tengo una radio y lo único que trasmite son noticias y música salsa.
– “No quiero que te vayas / la noche está muy fría…”
– “Si te contara, mi sufrimiento…”
La voz de Asunción retumbó en la escalera del edificio: “Ludivinaaaa… teléfonoooo…”
– ¿Quién podría ser a esta hora? –Pensó en voz alta Ludivina–. ¿Será una llamada de Muhad?
Los ojos de Nilo se entristecieron, y de repente, volvió a ser el mismo de siempre. No cantó más.
– Es muy bonito tu apartamento –comentó Ludivina con un poco de envidia pues ni el suyo estaba tan organizado y limpio.
– El café lo tengo listo en un dos por tres –fue la respuesta de Nilo que se apuraba por atender a la vecina–. ¿Lo has probado alguna vez con ron? ¡Es exquisito!
– No, pero me gustaría probarlo. Un poquitico na’ ma’; no quiero emborracharme.
Nilo se acercó trayendo la bandeja con las tazas, la cafetera y una botella de ron Mulata.
– Sírvete tú misma.
– Tú me quieres impresionar, ¿verdad? –no se pudo aguantar Ludivina al ver la vajilla.
– Para la mujer más bella de la Habana, se requiere lo mejor.
– ¡Adulador! Si tengo que bajar de peso, estoy gordísima.
– ¡Gorda! ¿Quién te dijo eso? Estás perfecta, ni más ni menos.
– ¿Estás seguro, Nilo? ¿En serio, no mientes?
– ¿Por qué voy a mentir? – Y para reafirmar la belleza de Ludivina entonó una vieja canción–: “Mira que eres linda / qué preciosa eres… /…con esos ojazos / que parecen soles / con esa mirada, siempre enamorada / conque miras tú”.
A Ludivina le vino el alma al cuerpo con esta declaración de Nilo. Qué sabía el sueco de mujeres, si a ese sólo le interesaban las mujeres ortopédicas, como decía Panconjamón cuando se refería a los travestís y transexuales. Nilo sí era un hombre y sabía apreciar a la mujer cubana.
– Te quedó muy sabroso el café.
– “Jazmines en el pelo y rosas en la cara / airosa caminaba, la flor de la canela…”
– Tienes buena voz, podrías ser cantante.
Nilo estaba de muy buen humor. Había perdido la timidez y se mostraba dispuesto a cortejarla. La tenía fascinada.
– “¡Oh, vida!, si supieras / cuánto lo he presentido…”
– Supongo que también sabes cocinar. En esta casa no falta nada, sólo una mujer.
– “Usted es la culpable / de todas mis angustias / de todos mis quebrantos…”
– ¿El librero, también lo hiciste tú?
– “Todo, lo que tengo en la vida / mi pasión escondida / mi razón de vivir. / Todo, te lo diera contento / si tu pensamiento no apartaras de mi…”
– Lo tuyo es puro teatro, jabao. Deja eso.
– “Qué sabes tú, lo que es estar enamorado / Qué sabes tú, lo que es vivir ilusionado…”
– Yo creo que el café con ron te ha transformado. No conocía tu faceta de cantante. Además, esos boleros dicen muchas cosas. ¿A quién quieres conquistar?
– “Estoy perdido y no sé que camino / me trajo hasta aquí. / Estoy perdido y en mi delirio / me acuerdo de ti…”
– Me voy a tener que ir, es un poco tarde y tengo al perro allá afuera. ¿Qué hora es?
– “Reloj no marques las horas / porque voy a enloquecer…”
Ludivina bebió los últimos restos de su taza y se paró.
– “Quédate, sentada donde estás / hasta el final de la canción / como si nada…”
Se acercó a la puerta risueña y desde allí se atrevió a decir:
– Para que veas que yo también sé cantar. Escucha esto: “Qué pena me da / tener que lastimarte el corazón. / Qué pena me da / negarme a tus súplicas de amor…”
– “La puerta se cerró detrás de ti / y así detrás de ti se fue mi amor / Dejaste abandonada la pasión que había en mi corazón por ti…”
– “Aléjate no vuelvas a buscarme. / Aléjate mi vida te lo imploro. / Ya mis lágrimas comienzan a cegarme…”
– “No quieres saber de mí / amor, amor qué malo eres. / Quién iba a imaginar que una mentira / tuviera cabida en un madrigal…”
– “No me platiques más / lo que debió pasar / antes de conocernos / sé que has vivido / con otra gente / lejos de mi cariño…”
– “No renunciaré a tu amor / aunque me cueste la vida. / No renunciaré te digo / y te pido que me ayudes…”
– “Palabras / quisiste con palabras engañarme…”
– “Duele, mucho, duele / sentirse tan solo…”
– “Sigue feliz, tu camino / y que te vaya bien”.
Ludivina intentó abrir la puerta.
– “Ódiame por piedad, yo te lo pido / ódiame sin medida ni clemencia / hoy no quiero más que indeferencia / porque el rencor hiere menos que el olvido…”
– “Deja que siga, sola / como tú al fin me hallaste…”
– Tú también entonas muy bien, y tienes respuesta para todo.
– Los boleros son mi debilidad. Me encanta cuando los escucho desde tu tocadiscos. Tengo una radio y lo único que trasmite son noticias y música salsa.
– “No quiero que te vayas / la noche está muy fría…”
– “Si te contara, mi sufrimiento…”
La voz de Asunción retumbó en la escalera del edificio: “Ludivinaaaa… teléfonoooo…”
– ¿Quién podría ser a esta hora? –Pensó en voz alta Ludivina–. ¿Será una llamada de Muhad?
Los ojos de Nilo se entristecieron, y de repente, volvió a ser el mismo de siempre. No cantó más.
Comentarios
Apretaste, Misu!
Besitos!
...!!!!! Y mi libro que no llega!
:P
Besos!!!
(por eso es que me gusta tanto pasar por aqui. mañana vuelvo para leer la segunda parte de tus posts favoritos)