Bucarest, Rumania.

¿A dónde viajamos? –preguntó el vikingo al planificar las vacaciones de semana santa. Francia, Egipto, Tailandia… fueron mis propuestas de destino. ¿Por qué no visitar un sitio poco concurrido donde no haya turistas? –Volvió a preguntar el bigotudo.

La idea me pareció interesante. Los países antes mencionados están demasiado vistos en imágenes, documentales y cuanta información cae en nuestras manos, tal pareciera que ya hubiéramos estado allí. Bien mirado, es más emocionante arribar a lugares que si bien no son desconocidos, al menos sí poco apreciados. Europa del Este surge entonces como una diadema continental para constatar los cambios en los países otrora socialistas, las insipientes economías de mercado, la nostalgia de un pasado depuesto.

Revisando nuestra lista de viajes, hemos visitado Polonia, República Checa, Estonia, Letonia, Hungría, Rusia… ¿Qué tal si volamos a Bucarest?

¡La tierra de Drácula! ¡De los vampiros! ¡Ehhhh…Ta det lungt, Miguel! –me frena el vikingo para explicar que Vlad Draculea, también llamado El Empalador por su crueldad en las batallas que libró contra los otomanos durante la Edad Media, no fue un vampiro, sino un señor feudal recordado hoy día en Rumania como héroe nacional por defender el territorio de las avalanchas turcas. Bram Stoker, el escritor irlandés, se inspiró en él para crear al personaje Conde Drácula y, con el éxito de la novela, surgió la leyenda de los chupasangres cuando en realidad lo que hizo Vlad Draculea fue derramarla.

Rumania significa tierra de romanos y su lengua tiene raíz latina. Fueron las legiones romanas al mando del emperador Trajano quienes derrotaron a los dacios, sus oriundos habitantes, para colonizar el territorio de Transilvania. Tiempo después el emperador Aureliano cedió la región bajo presión de los germanos. La historia del territorio rumano ha estado maniobrada por los triunfos y las derrotas de los guerreros y ejércitos que por allí pasaron, entre ellos: godos, visigodos, húngaros, otomanos, austriacos y rusos. Las fronteras de los principados de Transilvania, Moldavia y Valaquia cambiaban constantemente entre batallas ganadas y pactos diplomáticos. No fue hasta finales del siglo XVIII cuando se unificaron Moldavia y Valaquia con el nombre de Rumania bajo el reinado del príncipe Carol, su primer rey. La unión con Transilvania y Basarabia se consiguió después de la Primera Guerra Mundial.
Arco de Triunfo, de 27 metros de altura, que conmemora las victorias del ejército rumano durante la Primera Guerra Mundial. Fue inspirado en el arco que Napoleón protectara en Paris, estilo neoclásico.
Edificio que combina el pasado con el presente.

Hotel Banat, lugar donde nos albergamos.

Amplias avenidas en Bucarest.
Canal en Bucarest.

Jardines con flores de primavera.
Plaza ante el Palacio Real.
Palacio Real, actual Museo de Arte.
Edifcio que evoca la monumentalidad del realismo socialista.
Casa del Pueblo, actual Parlamento. Su construcción fue ordenada y supervisada por Nicolae Ceauşescu. Esta mole de piedra es el segundo edificio administrativo más grande del mundo, después del Pentágono. Para llevar a cabo la obra se demolieron más de setecientas mil viviendas, doce iglesias, tres monasterios y dos sinagogas.

Plaza rumana ostentando los símbolos del capitalismo.
Ateneo.
Biblioteca Nacional.
Teatro Nacional.
Residencia del Patriarca.
Iglesia y Palacio Patriarcal.
Músicos en un restaurante típico rumano.
Pavorreales
En Bucarest se baila salsa.
¡Ñó! ¿Cuál es el cable?

Coche-kiosco en el barrio antiguo de Bucarest.

Entrada de un Baño Público con saunas, masajes y tratamientos para la piel.

Rumania tiene una población actual de casi veinte millones de habitantes. El país tiene fronteras con Ucrania, Moldavia, Hungría, Serbia, Bulgaria y el Mar Negro. Los Cárpatos, la región montañosa que la atraviesa, divide las principales regiones que la componen: Transilvania, Moldavia y Valaquia.

Al ser miembro de la Unión Europea, Rumania ha tomado prácticamente la responsabilidad de alimentar al continente. El 40% de las tierras se utilizan para suministros agrícolas. La mayoría de los vegetales y legumbres que los europeos consumen son producidos en las antiguas tierras que defendió Vlad Draculea.

En Bucarest, la capital, viven más de dos millones de personas. Es una ciudad ampulosa, con amplias avenidas y edificios pomposos. Abundan las fachadas con estilos clásicos, neoclásicos y eclécticos. También se aprecia la huella de la arquitectura socialista y, actualmente, con la aspiración de emparejarse con los países de occidente han insertado edificios postmodernistas en la urbe.
La moneda rumana es el Leu (Lei en plural). Un euro son aproximadamente 4 lei. Para los que vivimos en el occidente de Europa, la comida y el transporte son muy baratos. Un viaje en taxi cuesta aproximadamente 50 centavos de euro por kilómetro recorrido. Realmente es rentable hacer turismo allí. Pero esto no significa que comida y transporte sean barato para los rumanos. El nivel adquisitivo medio es uno de los más bajos del continente, por lo tanto, la vida es cara para ellos. No tengo estadísticas de empleos y desempleos pero vi caras disconformes, personas que tienden la mano para ver si cae en ella una moneda, obreros trabajando de madrugada pavimentando calles y limpiando paredes. La ciudad crece, se embellece con anuncios lumínicos y McDonalds, mientras los perros vagabundos recorren avenidas y parques comiendo lo que se tira o sobra.

Tal vez sea un rezago del pasado, pero me llamó la atención la seguridad policial y el personal de vigilancia en casi todos los edificios públicos. Transitando o estacionados vi muchos autos patrulleros y, como decíamos en Cuba, en cada cuadra “un comité”.
Alejándonos del centro, comenzamos a ver la pátina del tiempo, los edificios desvencijados, la falta de pintura de la mayoría de las construcciones, los tortas de yeso que de vez en cuando caen por su peso, la demora en la limpieza de las calles. Cada quien es responsable de su vivienda y solo aquellos que tienen dinero podrán mantenerla.

Pese a todo, la gente es sociable y cordial. Hasta humorista. “¿Son ustedes italianos?” Vikingo y yo, sorprendidos, nos miramos para ver si nos reconocíamos con pinta del mediterráneo. Nos encogimos de hombros. Tal vez por las gafas oscuras que llevábamos… ¿habrán pensado pertenecíamos a la mafia siciliana?

Me encantó Rumania. Y los rumanos.

Comentarios

Horatziou ha dicho que…
What a nice feedback from Bucuresti. I was affraid that you will not like it, like many others in Romania, but i see that you went deep in history and you understand the most of it! It is nice when you go to meet the culture and not the fancy expansive places that any west europen can afford. Thank you for this nice article and that you share your experience that can be usefull to others!
Silvita ha dicho que…
Musuángelo! Lo lograste! Qué hiciste? Le pegaste? O te pusiste las gafas negras de la foto?

Muy interesante la entrada. Coincido con Horacio. Sabes qué me gustaría? Vistiar el campo, a los genuinos campesinos de muchas generaciones labrando, en esa tierra de agricultores, y ver cómo viven.

Espero que se hayan divertido anoche!

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