
La viejecita solía sentarse en su tocador cada mañana para resaltar los detalles más expresivos de su rostro. – ¡Es tan fea, la pobre! –murmuraban las vecinas cuando la veían pasar maquillada como una acuarela. La viejecita nunca tomó en cuenta los comentarios. Nunca dejó de admirarse ante el espejo.
Comentarios