Simeiz en las rocas de Crimea
Buscando aires más modestos, el vikingo y yo viajamos a Simeiz, un pueblo situado
a 18 kilómetros de Yalta, en las laderas de las montañas de Crimea, con una impresionante
vista al Mar Negro. Simeiz es también un balneario, pero para gente sencilla y
de menos recursos. El ambiente es ideal para los segregados sociales; los
hippies y los gays encuentran aquí el rincón que necesitan lejos de las miradas
y los reproches. Los hippies se ganan la vida tejiendo trenzas, vendiendo
bisuterías, tocando la guitarra y cantando canciones. Sobreviven con el dinero
de las colectas buena parte del verano.
Después de recorrer el poblado y almorzar en la terraza de un restaurante, nos aventuramos a descender hacia el mar sorteando los escarpados riscos. No sabría decir exactamente cómo llegamos al litoral. Más que humanos parecíamos cabras saltando entre piedras y peñascos. La zona a la que pretendíamos llegar era prácticamente inaccesible; hay que tener realmente ganas y al parecer los hippies y los gays sí que las tienen pues muchos de ellos recorren largas distancias para solearse con libertad en tan apartado paraíso. Desnudos, los que quieran, y con bañadores los otros, el sitio es grato aunque peligroso por los peñascos y arrecifes. Aún así, algunos plantan sus tiendas de campaña e improvisan campamentos donde el terreno se lo permite. Hasta han habilitado áreas para WC.
La vida gay prácticamente no existe en Ucrania, al menos de manera abierta
como en tantos países de Europa. Esta es la razón por la que ellos prefieren los
sitios aislados, pocos concurridos y de difícil acceso. Tanto así que resulta
peliagudo descubrir quiénes son los gays. Muchos disimulan su apariencia con
anillos de matrimonio en los dedos y llevan una doble vida con esposas e hijos.
Una vez ubicado un área cómoda para extender nuestras toallas, no tardamos en hacer amigos. Los ucranianos son sociables por naturaleza y viables para entablar un diálogo aunque pocos dominan el inglés. Es que no les hace falta, la mayoría hablan la lengua nacional o el ruso. Bien visto, los extranjeros como nosotros somos quienes debemos aprender su lengua. A pesar de todo, quien quiere expresarse lo consigue y quien quiere comprender lo logra. El idioma más internacional de todos es el amor y el contacto humano. El deseo de conocer e intercambiar experiencias con una nueva cultura supera las diferencias y los riscos.
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