Los grandes jefes


Tan complicado llegó a ser el mundo que se convirtió en un gran hormiguero. Los grandes jefes ante el peligro de un estallido social que hiciera hervir al orbe, se reunieron en asamblea sumaria para impedir, en lo posible, el avance del caos. De todas partes del globo terráqueo llegaron los grandes jefes en representación de sus gobiernos. A puertas cerradas, con exclusión de periodistas y reporteros, discutieron los problemas y conflictos a solucionar y la debida justicia que se administraría en lo adelante. Los grandes jefes, individuos muy justos, trataron de actuar con entera prolijidad sopesando los pro y los contra que afectarían sus condominios. Cuarenta días con cuarenta noches duró aquel encuentro en el que les fue difícil aprobar la nueva y única legislación mundial a la cual quedarían sujetas todas las hormigas. Como prueba de magnanimidad, estos grandes jefes guardaron su Constitución en un enorme castillo de azúcar construido para estos fines. El mismo sería inexpugnable y preservaría eternamente el nuevo orden social, así creyeron.

Pero los jefes no llegaron a salvar los documentos que durante cuarenta días con cuarenta noches habían concebido con suficiente gasto de energías. Las hormigas, las curiosas hormigas, convencidas de la indulgencia de sus grandes jefes, en menos de un par de horas, con un ataque espontáneo y febril, consumieron a su placer aquél gigantesco terrón azucarado.


(del libro Parábolas para una oreja sorda de M. Á. Fraga)

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Estupendo.
J. Ybarra

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