Alicante, otra vez
Recuerdo del verano No. 2

“Si te pillo, te destrozo” fue el primer piropo y el único que recuerdo. Aquella señora, aparte de las cervecitas que tenía encima, tenía ganas de no irse a dormir sin bailar reggaetón. Para ponérselo difícil no me di por enterado. ¡Con esas ganas! Y es que los españoles como los cubanos somos extrovertidos, comunicadores y francos.
Si en julio del año pasado escribí el post Alancant, la ciudad junto al mar http://lavidaenpeso.blogspot.com/2009/07/alacant-la-ciudad-junto-al-mar.html y sobre las hogueras de San Juan me referí en el post La festa més fermosa http://lavidaenpeso.blogspot.com/2009/07/la-festa-mes-fermosa.html, no creo que deba abundar más sobre lo mismo si en un vídeo reciente mostré una crónica visual de las fiestas. Como no pienso entrar en detalles sobre venturas, andadas y trasnochadas, a modo de fresco –como la brisa– haré evocaciones mientras las fotos sazonan las memorias.
La primera semana la pasé ocupado entre aperitivos, almuerzos y cenas. La Barraca del Mercado Central era el punto de reunión de la familia y bueno, cómo podría negarme a probar la tortilla española, los chorizos, los salchichones, la longaniza, el gazpacho andaluz, los boquerones, el jamón serrano, las variedades de quesos, las almejas, los huevos cubiertos, la paella, las empanadas, las olivas, en fin, todo lo que abre el apetito.

En las mañanas solía caminar por los barrios para quemar la grasa acumulada el día anterior. Carolinas Altas, Carolinas Bajas, Pio XII, avenida Alfonso el Sabio, plaza de Los Luceros, La Explanada, el casco antiguo, el puerto, de tiendas o de paseo.
Y como si de centros de exposiciones se trataran deambulé por los hipermercados del Corte Inglés, Carrefour, Gran Vía, Media Markt para flipar con los adelantos más adelantados de la tecnología doméstica: equipos HD con pantallas led, ordenadores sin cables, dvd blu-ray, televisores 3D para ver con y sin gafas, las aportaciones de Apple de las series iMac, iPod, iPhone, iPad, todo lo que consigue abrir la boca sin que a uno le apetezca comida, las últimas generaciones más últimas de las últimas en el mercado. Los vendedores me dejaban tocar y jugar un poco con los aparatos y hasta respondían cordialmente a mis preguntas. ¿Vas a comprar algo? –me preguntó con sorna mi sobrino. Sí, aquél chocolate –le respondí. 
Los museos son menos estresantes. El museo arqueológico fascina por la forma en que sus salas han sido concebidas, los ambientes y los escaparates que exhiben artefactos y objetos de la prehistoria pertenecientes a los primeros humanos que se asentaron y multiplicaron en la península ibérica. Más sorprendente fue participar en una visita dirigida para descifrar El Enigma de la Momia. Entre más de 250 piezas, incluidos los sarcófagos y momias de Seramon y Ankhpakhered, más que profundizar, esclarecí dudas sobre los ritos funerarios de la cultura del antiguo Egipto, nada menos que en Alicante. 

Y como de andar se trataba me aventuré en sitios arqueológicos de la zona como La Illeta en Campello y el Tossal de Manises en San Juan playa (primera ciudad romana nombrada Lucentum que se estableció sobre un poblado ibérico.) Y así seguí andando y mirando aquí, allá, naturalezas y nudistas en las calas de Cantalares y Palmera hasta llegar al faro del Cabo de las Huertas.

Como me tomé en serio lo de caminar para eliminar grasas me fui en un tranvía con deseo hasta Venta Lanuza. Mi sobrino no quiso acompañarme esta vez, la aventura fue toda mía. Al no tener que pedir opiniones, después de mirar en lontananza, se me ocurrió regresar bordeando la costa. La intención era hacer turismo de terreno al encuentro de un lugar discreto para solearme. Ni playas escondidas ni caletas a buen recaudo, montículos agrestes y escarpados acantilados fue lo que encontré.
Los macizos rocosos se alzaban como elevaciones plegadas que me obligaban a practicar el alpinismo. Por terquedad no quise volverme atrás. Me había propuesto inspeccionar el litoral y la meta era seguir adelante. Sin quererlo me vi escalando peñascos a más de treinta metros sobre el nivel del mar. Para qué andar con cuentos, mis piernas flacas flaquearon repetidas veces para advertirme –en un acceso de nervios– que si quería mantenerme en pie debía buscar un lugar firme dónde apoyar las plantas. Sin cuerdas ni útiles de alpinismo qué hacía yo como un héroe en aquellas alturas. Pude haberme convertido en pitanza para las auras. Atormentado y con miedo pretendí ser socorrido por un velero con motor que pasó a un par de kilómetros de la costa, pero cómo hacer las señas correspondientes –gritar, ¿quién me iba a oír?– si estaba tan ocupado en sujetarme con las dos manos para evitar resbalar. No desperdicié el resto de fuerzas provocando aspavientos: un helicóptero era lo que necesitaba. Mientras más avanzaba, más altura conseguía. Bajar era lo que debía, y yo subía y subía hasta dónde. En algún momento manejé la posibilidad de lanzarme al mar desde aquella altura. Con el mismo impulso que llegó la idea la deseché. Para bajo todos los santos ayudan, pero que no empujen: quería bajar no estrellarme. Mientras subía miraba hacia arriba, veía el cielo y sentía fascinación por alcanzarlo; pero cuando intenté el descenso, océano acuoso y profundo fue lo que me esperaba, con erizos, algas y arrecifes. El sentido común siempre tiene la razón y a él me aferré con cuidado, mucho cuidado y paciencia hasta que encontré la forma segura de apearme de la montaña.

Cuando conseguí llegar a los arrecifes con los nervios viriles todavía dando concierto, mis zapatillas nuevas compradas en rebaja en la tienda Anticrisis, mi móvil y mis documentos envueltos en una bolsa de nylon que no recuerdo de dónde la saqué, superé los próximos tramos de riscos y promontorios por vía marítima: a braceadas. Agotado y felizmente a salvo finalicé mi turismo de terreno en el poblado de Coveta Fumá.
Desde allí determiné continuar el recorrido en tren hacia casita, y como estaba solo, nadie me llevó la contraria. Qué maravilla la civilización, las tiendas, el bullicio, el calor.

“Si te pillo, te destrozo” fue el primer piropo y el único que recuerdo. Aquella señora, aparte de las cervecitas que tenía encima, tenía ganas de no irse a dormir sin bailar reggaetón. Para ponérselo difícil no me di por enterado. ¡Con esas ganas! Y es que los españoles como los cubanos somos extrovertidos, comunicadores y francos.

Si en julio del año pasado escribí el post Alancant, la ciudad junto al mar http://lavidaenpeso.blogspot.com/2009/07/alacant-la-ciudad-junto-al-mar.html y sobre las hogueras de San Juan me referí en el post La festa més fermosa http://lavidaenpeso.blogspot.com/2009/07/la-festa-mes-fermosa.html, no creo que deba abundar más sobre lo mismo si en un vídeo reciente mostré una crónica visual de las fiestas. Como no pienso entrar en detalles sobre venturas, andadas y trasnochadas, a modo de fresco –como la brisa– haré evocaciones mientras las fotos sazonan las memorias.



En las mañanas solía caminar por los barrios para quemar la grasa acumulada el día anterior. Carolinas Altas, Carolinas Bajas, Pio XII, avenida Alfonso el Sabio, plaza de Los Luceros, La Explanada, el casco antiguo, el puerto, de tiendas o de paseo.






Y como de andar se trataba me aventuré en sitios arqueológicos de la zona como La Illeta en Campello y el Tossal de Manises en San Juan playa (primera ciudad romana nombrada Lucentum que se estableció sobre un poblado ibérico.) Y así seguí andando y mirando aquí, allá, naturalezas y nudistas en las calas de Cantalares y Palmera hasta llegar al faro del Cabo de las Huertas.


Como me tomé en serio lo de caminar para eliminar grasas me fui en un tranvía con deseo hasta Venta Lanuza. Mi sobrino no quiso acompañarme esta vez, la aventura fue toda mía. Al no tener que pedir opiniones, después de mirar en lontananza, se me ocurrió regresar bordeando la costa. La intención era hacer turismo de terreno al encuentro de un lugar discreto para solearme. Ni playas escondidas ni caletas a buen recaudo, montículos agrestes y escarpados acantilados fue lo que encontré.



Cuando conseguí llegar a los arrecifes con los nervios viriles todavía dando concierto, mis zapatillas nuevas compradas en rebaja en la tienda Anticrisis, mi móvil y mis documentos envueltos en una bolsa de nylon que no recuerdo de dónde la saqué, superé los próximos tramos de riscos y promontorios por vía marítima: a braceadas. Agotado y felizmente a salvo finalicé mi turismo de terreno en el poblado de Coveta Fumá.

Comentarios
A pesar del susto, te llevaste una buena experiencia para contar!
Besos!!
Amigos, gracias por sus comentarios. Pasé un buen susto, yo no sabía como bajarme de aquella montaña que era fácil subir pero difícil de trasladarse horizontalmente. Mi objetivo era caminar por el litoral y sin darme cuenta me vi a una altura sorprendente sobre el nivel del mar. Cuando no pude seguir subiendo intenté la bajada y allí mismo me sobrevino el pánico. Ni siquiera podía meter la mano en los bolsillos para sacar el móvil y hacer una llamada de auxilio. Estaba tan sujeto a las piedras que... Luego las piernas comenzaron a temblar y temblaron de verdad. Tuve que controlarme para pensar en una salida exitosa, no podía pedir consejo, allí estaba sólo yo. La experiencia que saco es que no lo intentaré otra vez; aunque tengo alma traviesa y no padezco de vértigo, no presumo de alpinista.
Bueno, a conformarnos con la estrella de la Plaza Mayor, que sube y vuelve a bajar :)
me pareció o estoy alucinando
alicante parece medieval pero tambien parece con un toque imposible de evitarse con lo intercultural de naciones arabes